Una joven madre me contaba por qué le gustaba ver las telenovelas.

Las telenovelas venezolanas, creo que me dijo. Y es porque había descubierto cómo una madre hablaba con su bebé. Ella nunca lo había hecho, le parecía que el bebé no la entendería, que le daba igual, que no se enteraba.

Y sin embargo, viendo la telenovela, había percibido algo de la comunicación entre esa madre y su bebé que la había conmovido y la había hecho reflexionar. Ella se había quedado viuda con un niño de 4 años. Estaba muy triste y se sentía muy sola. Esta apertura de una vía de comunicación con su hijo fue muy importante para ella.

¡Y seguro que también fue positivo para su hijo!

Ojo, no pretendo decir que es lo mismo hablar con un hijo que con un adulto. Es un error pretender “desahogarse” con los hijos. Los niños siempre necesitan un respeto a su tiempo, a su momento de comprensión. Y los padres no deben buscar la complicidad del hijo o de la hija, ni hacer una descarga sin contención de todos los acontecimientos o sentimientos que tengan.

“Yo a mi hijo se lo cuento todo, porque así sabe cómo es su padre, ¡que se entere!” Esta frase ya nos pone en un contexto de mala relación de pareja. Contarle al hijo “todo” es una agresión, es una violencia psicológica contra él.

Lo positivo será hablarle de los sentimientos y de los acontecimientos importantes de la vida, adaptándolo a su lenguaje, para facilitarle que él o ella lo entiendan, y puedan preguntar. Cada vez que se habla, que se nombra algo, al niño se le abre una puerta de comprensión. Comprensión del mundo, de los sentimientos, de qué sentido darle a lo que está pasando, a lo que es una vida.

La tan famosa Inteligencia Emocional es algo que está cobrando mucha importancia en la vida actual. Quiero pensar que avanzamos hacia un ser humano cada vez más consciente de sus limitaciones y de sus posibilidades. Más consciente de su lado femenino y de su lado masculino, en todas las personas.

Ser inteligente emocionalmente es una aspiración tanto del hombre como de la mujer actuales. Parece algo sencillo: conocer no sólo la racionalidad de las personas y las circunstancias. Sino también la parte emocional. Conocer y poder sentir la emoción que corresponde a cada momento. Sin refugiarnos en mecanismos de defensa como la represión, la negación, la conversión en lo contrario…

Para ello hemos de realizar primero un viaje de auto conocimiento, para ser conscientes de nuestra historia personal, desde la infancia y entender las personas y los hechos que nos han determinado a ser como somos.

Los sentimientos siempre están asociados a una situación, a personas y a pensamientos. Cuando se habla de un sentimiento reprimido, lo que se reprime en realidad es toda una cadena de pensamientos. Por ejemplo ante la muerte de un familiar. No se quiere pensar en ello y todos los sentimientos de tristeza y duelo quedan reprimidos.

Pues bien, todo ese núcleo reprimido queda en la persona, pero de forma inconsciente. Lo que es inconsciente actúa en el cuerpo. Esa persona puede empezar a experimentar angustia, incluso reacciones de pánico, temblores, taquicardia…

Al empezar a hablar de todo lo que ha ocurrido y cómo se siente esa persona en relación con esa pérdida, lo que estaba de forma inconsciente se va haciendo consciente en la conversación. Y el cuerpo ya no necesita manifestar todos esos síntomas.

Los síntomas son la expresión de un conflicto reprimido. La Inteligencia Emocional 1 nos permite fluir, hablar, desenvolvernos con los otros, con los sentimientos que nos producen.

“Dejar aparecer la tristeza es bueno, porque lo que viene después es la alegría”. Ayudar a los niños a que pongan nombre a lo que están sintiendo les ayuda a tener “inteligencia” de sus emociones. A entender lo que sienten. Es la comunicación con una parte de nosotros mismos. El psicoanálisis la denomina el “Ello”, fuente de los deseos y de la carga de energía de todo el psiquismo.

Las emociones, tan despreciadas en los tiempos pasados, son la fuente de la vitalidad y por eso hay que escucharlos. Son lo que diferencia a una persona de otra: por sus deseos. Los deseos son las motivaciones. Con motivación todo se alcanza. Sin ella, cualquier camino está lleno de obstáculos. Recuerdo varios casos de chicos y chicas a las que sus familias habían obligado a estudiar una profesión que no era la que les gustaba. “La Filología Inglesa no tiene salidas, tienes que estudiar Derecho”.

Es la forma más cruel de conseguir la infelicidad de un hijo. Nunca desarrollará plenamente la carrera que no le gusta, difícilmente tendrá éxito en ella porque le falta eso tan simple: el deseo, la motivación.

Y por qué prefieres paella antes que cocido. Pues no lo sé, pero es lo que me apetece en estos momentos…

¡Salud!

S.B.P.

Último día de Abril, 2014

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