La vida es una creación y hasta cierto punto es un invento. Claro, los seres humanos habitantes de esos conglomerados que llamamos ciudades, tenemos una vida rutinaria ya prefijada, más o menos elegida y otros resquicios de tiempo disponible que a veces nos hacen sentir el vacío de nuestra propia existencia o bien la invasión por parte de los otros: entre el abandono y el secuestro…

En la pareja un hombre podía querer una mujer para asegurarse la satisfacción sexual. De hecho es uno de los motivos que un hombre puede alegar para sentir que la pareja está rota, o funciona mal…
Y también una mujer podría querer un hombre para que le dé hijos. Pero también puede ser al revés. Una mujer puede querer a un hombre que la satisfaga sexualmente. Y un hombre buscar una madre para sus hijos…
Hay parejas de todo tipo conviviendo en la actualidad. Desde las que se rigen por un modelo medieval de dependencia servil. Hasta los que están inventando maneras de convivir y de sacar a los hijos adelante sin que necesariamente haya lazos de sangre o roles tradicionales de hombre-padre o mujer-madre…
Aunque los deseos no son tan diferentes. La cuestión es qué hacemos con ellos… Los hombres suelen tener una sobre-abundancia de deseos. Los tienen muy claros. Saben lo que les gusta y lo que no. Las mujeres suelen poner por delante las necesidades de los hijos y el marido, y lo que consideran condiciones mínimas de higiene y abastecimiento cotidiano.
La mujer tiene que pararse a pensar qué es lo que ella quiere. Y es interesante que lo haga. A veces, deshecha sus propios deseos como poco importantes o imposibles de realizar.
Aunque otras veces sí encuentra la posibilidad, el hueco, por pequeño que sea, es un hilo del que empezar a tirar. Para que la propia realización sea al menos una parte de lo que le da valor.
Para no depender enteramente de la mirada del otro. Para consistir en ella misma.
Y efectivamente, se trata de crear. Crear nuevas formas de relación entre un hombre y una mujer. Entre las mujeres y los hombres. Cada uno aporte su granito de arena.
Como que las tareas de la casa dejen de ser “lo que ella quiere”: “Lo que ella quiere es que mañana nos pongamos a limpiar”…
¿Se trata de un espacio de poder, de mando para ella?
¿O se trata de una mala manera de enfocar el reparto de tareas?
Es sorprendente que en parejas jóvenes, donde los dos trabajan, donde los dos se vanaglorian de participar activamente en la crianza de los hijos –qué bien- sin embargo haya todavía expresiones de ese tipo.
¡No creo que el deseo de ninguna mujer sea limpiar la casa! Es una necesidad de higiene, de orden estético incluso, que puede otorgar una satisfacción placentera del deber cumplido, o de la imagen presentable, pero es algo básico, necesario, previo a ningún deseo.
Como si la casa continuara siendo el espacio de dominio y sometimiento femenino inevitable.
La cara y la cruz que muestran lo difícil que resulta deshacer esa dependencia de siglos.
También hay casos donde la decisión del hombre de participar en la casa y la crianza, se convierte en un control obsesivo y casi persecutorio. También hay mujeres obsesivas y persecutorias… Cuando queremos hacerlo todo racional, tipo cuartel. Nos olvidamos de las emociones y las personas…
El Arte abre ventanas en tu mente, en tu espíritu. Un cuadro, una escultura. Una película, una obra de teatro. Incluso una música. “Passengers”. “Mármol”.
La mujer, la que no tiene, deja el espacio para que el otro sea, tenga. No poder, no tener. O ser-carente. “El Día de la Marmota”. Aprender a estar abierto al otro desde la propia carencia. No desde el poder. Desde la propia carencia, falta. Humildad. “Yo tampoco soy el que puede colmar tu deseo”. Yo también soy un pobre hombre. Pero entre los dos, podemos inventar lo maravilloso. Cada uno tiene su espacio de cultivo propio. Y un pequeño espacio en común.
Para producir ese vacío donde los deseos aparezcan. Donde uno escuche el deseo del otro. Y viceversa.
Un hombre reconocía no haberle prestado demasiada atención a su mujer ni a sus hijos. Se había centrado en el trabajo. Muchos años. Para “que no les faltara de nada”. Pero la mujer le había pedido una y otra vez: vamos a hacer cosas juntos. Vamos a un teatro, a un cine. Y el hombre no había escuchado. Ahora, se lamentaba. Ella no puede más. Y ha decidido partir, irse. En busca de sus sueños. Sabe que son sueños. Pero no puede seguir viviendo así, a la espera de alguien que nunca llega. Y cuando llega está cansado, malhumorado, todo le disgusta.
Él le pide tiempo. Pero el tiempo para ella ya ha cambiado. Está en otra estación.
No es entre el sueño y la realidad, es entre la realidad deseada y la realidad yerma, estéril, repetitiva, monótona, muerta, empobrecida, abandonada a la inercia. Y eso es igual en soledad o en pareja…
La realidad se cultiva con sueños y con actos. Es un arte, un invento.

Sara Blasco

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