“Todo aquello que está bajo la tierra
El tiempo lo sacará a la luz del sol”
Horacio

Asistimos a una banalización del lenguaje, de la vida. Pero no siempre, lo que por un lado puede ser apreciado como una extensión del pensamiento y de términos científicos, podrá ayudar a una mejor comprensión del ser humano. En ese intento escribo estas líneas.
Hay personas que pueden usar la palabra “trauma” en un sentido banal, “qué trauma tengo con mis suegros… con mi trabajo…, con mi pareja…” Cuando hablamos así, seguro que no se trata de un trauma.
Porque trauma es aquello que no se puede asimilar, comprender, decir con palabras. El trauma ocurre como una invasión de otra realidad que rompe las cadenas del lenguaje, y que deja una huella profunda, dolorosa, incomprensible.
Veía una serie policíaca en la que un hombre perturbado atacaba a varias niñas sucesivamente, las violaba y después las golpeaba hasta casi la muerte. Una policía bien intencionada entrevistaba a una de las niñas en el hospital, y le pedía que contara lo que había ocurrido y que reconociera a su agresor. La niña colaboraba tranquilamente. Esto es imposible en un trauma real.
Los traumas de guerra son también tratados banalmente en las películas. Así como los traumas sexuales. Sigmund Freud trató muchos casos de personas traumatizadas. Y estudió el mecanismo de la transformación que sufre un psiquismo a consecuencia del trauma. Hablaba de un “núcleo patógeno”, donde queda como encapsulada la experiencia traumática, cubierta por varias capas defensivas.
Se preguntaba por qué, en estos casos, se producen fenómenos de repetición. En los sueños y en la vida cotidiana, la persona sufre una repetición de la escena traumática. Actualmente se llaman “flashbacks”. La percepción queda bloqueada por el recuerdo sensorial, visual, auditivo, olfativo, de la escena. La persona está atrapada en aquél momento. La sensación es muy dolorosa, no puede escapar del recuerdo vivo de lo sucedido. Y esto se repite en cualquier momento, imprevisiblemente.
En muchas ocasiones la infancia ha tenido que soportar hechos traumáticos. La invasión de un adulto que abusa de una niña, de un niño. Abusos sexuales que no son comprendidos en ese momento, y que dejan una huella de dolor. En muchas ocasiones, es un familiar directo el que realiza tales abusos: el padre, el tío, el abuelo. ¿Cómo puede ser? Porque son personas a su vez con alguna alteración en su infancia, en su desarrollo normal. Y porque banalizan tales actos, pensando que la niña no se entera, que a ella le gusta, que total no se entera, después ya no se acordará de nada. Pero sí se acordará.
¿Por qué es doloroso el trauma? Porque la persona ha sido anulada. En ese momento no existe como sujeto. Sus derechos, sus palabras, sus deseos han sido anulados, no tenidos en cuenta, destruidos de hecho en ese instante.

Cómo plantear la recuperación de un trauma
El psiquismo, la mente, recurren a la repetición en un intento de elaboración de lo traumático. Al igual que el dolor físico nos informa de que algo no está curado, una herida, una alteración en el funcionamiento normal de un órgano. El dolor psíquico también informa de la duración del trauma.
El desafío para la cura es poder acompañar a esa persona en su proceso. Ayudarla a poner palabras allí donde sólo hubo violencia. Rescatar a ese ser único, de su anulación. El juego acompañado, el dibujo, el relato, ayudan a los niños a poner palabras y a poder situarse frente al agresor como sujetos. El sujeto es mucho más que el objeto de la agresión. Por eso hay que escucharlo, tenerlo en cuenta, reconocerlo.
El terapeuta es un espejo donde el sujeto puede mirarse. Pero en ningún momento se puede tomar el papel de la banalización, de querer apresurar el camino. Cada persona tiene su tiempo. Hay que dárselo, con sutileza, con espera. También las personas que conviven con otra que ha sufrido un trauma. No para convertirlo en una víctima eterna. Pero sí para reconocer su dolor y tenerlo en cuenta.
Hay que escuchar cuando el otro dice NO. Sea un niño, una niña, o una mujer, o un hombre. Y hay que escuchar cuando el otro dice SÍ. Las palabras de ánimo sirven de poco. Más bien parecen una necesidad de quien las pronuncia de que el otro salga de su estado. Pero no ayudan.
La convivencia plantea siempre contradicciones, deseos que chocan, mi deseo contra tu deseo. Sólo a veces, conseguimos aunar tu deseo con mi deseo y parece que vamos juntos. La soledad forma parte de la vida. El dolor también. Pero también la risa, la alegría, el humor. Poder participar de todo ello requiere la habilidad de un arte.
El trauma necesita ser hablado, explicado, recordado. Sólo así podrá ser elaborado en una trama de palabras, en un tejido más parecido a lo humano. En una apropiación personal de lo que pasó. Usando los calificativos que corresponden al sentimiento.
El camino no es fácil. A veces la persona pone en marcha “mecanismos de defensa” que consisten en la negación de lo ocurrido, en la transformación en su contrario, en la represión y el olvido.
Estos “mecanismos” sólo sirven momentáneamente. Con el tiempo, los efectos del trauma vuelven a aparecer. Contaminan las percepciones, las relaciones, la valoración de uno mismo. Todo ello debe aparecer en una terapia de lo traumático. Volver a tomar posición, cambiar la posición, el punto de vista. Este es el objetivo.
Todos los que han trabajado con personas traumatizadas están de acuerdo en que la persona debe hablar de lo sucedido. Y esto es lo más doloroso. Se trata de restablecer el hilo del pensamiento, el hilo de la comunicación, el hilo de la vida. El hilo de los sentimientos.
A veces, se puede perdonar, a veces no.

Películas: “La Vida Secreta de las Palabras”, “El árbol de la Vida”.
Libros: “Trauma y Recuperación”, Judith Herman.
“Trauma, Culpa y Duelo. Hacia una Psicoterapia Integradora”, Pau Pérez Sales.

Sara Blasco

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