Hay personas que conviven con la ansiedad durante años.
Esto es lo que llamamos “Ansiedad Crónica”, es decir que se ha instalado casi como una característica más de la personalidad. Puede haber periodos de mejoría o de alivio relativo de los síntomas, pero siempre desembocan de nuevo en otro periodo de recaída o de agravamiento.
Ante esta situación lo primero es preguntar cómo ha empezado la ansiedad.
Podemos encontrar dos tipos de causas: una causa antigua y una causa reciente o desencadenante.
La causa antigua puede ser la más grave y situarse en la infancia de la persona. Decimos que es “estructural” cuando se ha configurado en la forma de las relaciones familiares que han acompañado a la persona durante un periodo importante de su infancia y después determinan una forma de relacionarse que la va a poner en una posición de dificultad.
¿Por qué la infancia es tan importante?
Porque durante la infancia nos configuramos. Una parte considerable es genética, de eso no cabe duda. Pero la genética propone un abanico de posibilidades, y las circunstancias se encargarán de que desarrollemos unas más que otras.
¿Y qué circunstancias nos van a determinar sobre todo?: las circunstancias emocionales. Es decir, las personas con las que venimos al mundo. Ni más ni menos.
Hay experimentos que comprueban que el desarrollo cerebral de un bebé está directamente relacionado con que su “cuidadora”, madre, padre, abuela… persona a su cargo, lo coja en brazos, lo mime, lo llame por su nombre, le haga arrumacos. En fin, intercambio emocional puro, ¿no?
Es un dato más. En la Psicoterapia, la persona que viene a consultar, hablará de los recuerdos que la ayuden a entender las claves de su historia. Que nos ayuden a entender.
La segunda causa es la determinante inmediata o desencadenante, cercana en el tiempo. Algo que ha ocurrido, que tal vez no tenía tanta importancia, pero que a esta persona, en este momento, la ha desbordado. La gota famosa… que desborda el vaso.
Por ejemplo, supongamos una chica que lleva años con ansiedad.
Investigando un poco, descubrimos que en su familia de origen había algunos conflictos. No hace falta que sean muy graves. Por ejemplo, el padre pensaba que “las chicas no sirven para trabajar”. Y resulta que tuvo cuatro hijas, ningún varón.
¿Qué lugar tenía en su familia la persona que ha venido a terapia? ¿Intentó ocupar el lugar del varón que el padre deseaba y que no pudo tener? ¿Aceptó o se rebeló ante el comentario del padre?
En el momento presente la chica puede tener una vida aparentemente perfecta: tiene un trabajo, vive con su pareja… Pero hay otro dato: en su trabajo tiene problemas, el Encargado no valora sus esfuerzos, siempre le pide que se quede hasta más tarde, fuera de su horario.
Ella se queda, pero no obtiene ningún reconocimiento, ni económico (Buena excusa la de la “crisis”) ni siquiera verbal, que ella agradecería. En cambio el ambiente laboral está plagado de comentarios machistas…
(Este ejemplo es inventado, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia)

Tenemos las dos causas: la de la infancia o estructural y la actual o desencadenante.
En mi caso suelo trabajar con las dos a la vez. La que aparece primero es la actual, que también es importante. Es la que preocupa a la persona. De hecho, muy pronto podemos relacionar los síntomas de la ansiedad con las situaciones vividas.
Enseguida aclaro a mis pacientes que los síntomas tienen sentido.
No se trata de “respuestas irracionales” o manifestaciones arbitrarias del cerebro primitivo. Al menos esa es mi opinión, que compruebo a diario en la práctica. Es algo que ayuda mucho, entender qué sentido pueden tener esas señales que se manifiestan en el cuerpo y en la mente y que tanta angustia producen.
Ya en otros artículos expliqué que los síntomas son una señal, una especie de aviso que nos envía nuestra mente (consciente o casi siempre inconsciente). Y hay que escuchar las señales. La ansiedad se puede presentar con síntomas físicos directamente: aceleración del ritmo cardíaco, sudoración, mareo, etc. En ocasiones hay una somatización: no poder andar, no poder coger objetos, no poder tragar los alimentos. Se trata de “conversiones somáticas” que implican una simbolización: “No puedo dar un paso más”…etc. (Ya se trata de una Psiconeurosis, prometo entrar en el tema más adelante)
En su fase aguda se presenta el ataque de pánico. En su fase crónica, se trata de una activación excesiva casi permanente: afecta al sueño con periodos de insomnio, al apetito con alternancias de anorexia y bulimia, y al estado de ánimo en general. La ansiedad se diferencia de la fobia en que no tiene un elemento claro que la desencadene, aunque los síntomas sean los mismos.
En la fobia se pueden evitar las situaciones que provocan el malestar. En cambio en la ansiedad no hay una conciencia clara de por qué se produce, por tanto es más difícil de evitar. En términos más especializados, podemos decir que la ansiedad es una respuesta más primitiva, más directa entre la emoción y su expresión somática, en el cuerpo. En la fobia hay una elaboración mayor por parte del psiquismo, es un síntoma más psicológico, y no puramente somático.
En busca de la armonía psico-emocional
La armonía emocional y racional se consigue por caminos particulares. Y es que los seres humanos somos muy parecidos en muchas cosas, ¡pero tan diferentes en casi todo!
Nos gustan los detalles, las diferencias en las cosas pequeñas. En realidad, suelo recordar siempre que cada persona SABE lo que le gusta. Sabe lo que le produce alegría, deseo, y también paz, armonía y tranquilidad. Lo que ocurre que a veces no lo dice, no lo verbaliza. Ni siquiere es consciente de ello, acostumbra a reprimirlo, a ignorarlo, a poner siempre el deseo de los demás por delante…Es un ejercicio muy recomendable : pensar y decir lo que tú quieres.
Termino con un comentario de un buen amigo que trabaja como taxista. Es conocido por todos que esta profesión es una de las que están acusando gravemente la crisis económica. Así, mi amigo se ve obligado a trabajar algunas horas más de las que debería. Pero él es consciente de la factura que le está pasando este sobre- esfuerzo:
Fíjate que cuando llego a casa, no soporto que mis hijos jueguen o empiecen a chillar…me pongo de mal humor enseguida. Yo lo noto, es el cansancio. Cuando he descansado un día, me tomo las cosas con más tranquilidad, incluso me hace gracia y me río con ellos.
Quizás para encontrar la armonía, en algunos casos, primero haya que cambiar esta sociedad…
Sara Blasco
4 de Febrero 2015

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