Convertir lo negativo en positivo.

El ingrediente primero y principal es trascender el propio Yo.
Creo que es algo más que empatía. Hace falta ver desde dónde habla el otro. Desde dónde piensa, desde dónde mira, desde dónde escucha. La empatía es un ingrediente necesario también, sí.
Pero para convertir lo negativo en positivo tienes que colocarte en una dimensión de no-yo. Es decir, olvidar por un momento tus intereses cercanos, tus egoísmos. Tu tener razón. Y esperar a que el otro despliegue sus razones, su pensamiento, su sentimiento.
El otro día lo vi. He visto cómo alguien lo hacía, y nos transportó a todos hasta otro escenario. Fue muy interesante. Después de dos horas de escuchar explicaciones que a mí no me interesaban personalmente, estaba a punto de protestar. Nos toma por idiotas, pensaba. Resulta que no. Había a quien si le interesaban y mucho. Y otra persona a quien tampoco interesaban en realidad, hizo un comentario elogioso del esfuerzo y capacidad de quien tanto explicaba. De su interés en incluir a quien por desconocimiento, quedaba excluido.
De parecerme una estricta funcionaria, quien daba las explicaciones pasó a parecerme Teresa de Calcuta. Era cierto, se estaba esforzando por algo con mucha bondad y entrega.
Ese es el arte, la alquimia. Eso es transformar lo negativo en positivo. Y podemos trasladarlo a todas nuestras relaciones: en el trabajo, con la pareja, con los hijos, con las amigas y amigos, con la familia política, con la familia natural…
Es lo que se espera del Amor, así con mayúsculas. Y es lo que el Amor consigue.
¿Por qué?
Porque en un sentimiento tal, la amistad va de la mano. La perspectiva cambia.
Pero nos confundimos mucho con la idea del Amor… Enamorarse no es amar, es desear. Y desear para mí. Tener al otro para mi satisfacción.
Si enamorarte es encontrar en el otro un reflejo de tu propio Yo, en realidad eres un Narciso que va a caer al lago en cualquier momento. Aunque las mujeres aguantan mucho.
Hace poco una mujer me decía: Me separé porque ya no sabía quién era yo. De tanto escucharlo a él, tenerlo en cuenta, hacer los planes que él quería…ya no sabía dónde estaba yo, ni qué quería. Aquí nos pasamos de empatía. O de pasividad interesada como dice un amigo. Él cree en una forma de convivencia donde si los dos ganan, en independencia, en realización de sus deseos, la pareja es posible. ¡Bendito sea!
Y no porque me parezca inocente. Porque me parece muy racional. Pero es cierto, la razón seguramente es la que debe ir por delante. Para cambiar los sentimientos. Para dejar de creer en los Cuentos de Hadas sin dejar de creer en ellos. Es decir: en un campo diferente, donde la relación tenga un ingrediente mínimo de egoísmo. Porque tú no quieras encontrar a tu madre en tu pareja. Porque tu yo no esté tan herido. Porque puedas disfrutar viendo a otro disfrutar. Un hijo, un amigo, un padre, una mujer, un hombre.
Para eso, siempre lo diré: hay que cuidar a los niños. Respetarlos, escucharlos. Tenerlos en cuenta como la persona adulta que van a llegar a ser. Amarlos en su dimensión humana. No en relación a las expectativas que yo tengo de lo que tiene que ser mi hijo, mi alumno, mi sobrino. Los niños nunca hacen lo que queremos que hagan. Es su naturaleza. Más arriba o más abajo, o antes o después. Pero nunca en el sitio. Son como los adultos. Tampoco nos gusta que nos digan: haz esto, ¡ahora!
Que no se trata de criar borregos. O sí? Después buscarán a alguien que sea su pareja que les grite y les mande. O a quién gritar y someter. Reproducimos el modelo. Repetimos el error. El Amor es mucho más inteligente. Y reflexiona…
Seguiremos con la Alquimia, probando…

Sara Blasco

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